En el inicio fue el cuerpo.

Ambar Luna Quintanar para El Presente.

¿Qué es la danza moderna?, ¿de qué habla?; y, como espectador, ¿en qué deberíamos fijarnos cuando la vemos?

En el inicio, la danza moderna fue un grito de libertad: el grito de algunas mujeres por liberarse de las zapatillas, los tutús y los convencionalismos del ballet clásico, que reproduce el modelo de las antiguas cortes reales y en el que los roles exaltan la imagen de las hadas y las princesas. En el inicio, la danza moderna fue la necesidad de moverse sin ataduras, la búsqueda de un cuerpo que contara otras historias.

Por ejemplo, en los sesenta la danza no es ajena a los movimientos sociales de la época y se abre una gran corriente de creadores influenciados por lo que sucedía en esos momentos en el mundo. “El cuerpo por sí mismo se convirtió en el tema de la danza y dejó de ser el instrumento para expresar metáforas, hablar de héroes o mitos.” Los creadores de aquellos años abogaron por una danza de cuerpos cotidianos: “Todo el movimiento humano es material potencial para la danza.” Exploraron el uso del espacio interviniendo canchas de basquetbol, bibliotecas, museos, escenarios al aire libre; el sonido, igualmente, fue convertido en motivo de movimiento, pero también se indagó sobre la danza sin música, la danza como terapia y un sin fin de derivados.

Desde sus inicios, lo único constante en la danza contemporánea es el cuerpo en un espacio y un tiempo determinados (a veces denominados simplemente “espacio- tiempo”). Es decir, la materia (que es el cuerpo) desplazándose en un espacio (estudio, escenario) en un tiempo determinado (real y ficticio). La materia es el bailarín mismo: sus músculos, sus tendones, sus nervios, sus pensamientos, sus ideas, sus sensaciones. En la danza, el bailarín pone en juego sus capacidades para otorgarle un medio (el cuerpo) a una abstracción (idea, sensación o deseo).
Materializar esta abstracción no implica necesariamente volverla una historia que contar, sino a veces basta con generar un movimiento que exprese estas ideas, sensaciones o deseos, una narrativa física a la que habría que tratar de tener acceso desde el cuerpo mismo de quien observa o, al menos, desde su concepción de cuerpo en movimiento y sus referentes culturales sobre éste.

En la danza hay que observar el cuerpo en movimiento o, en ausencia de movimiento, la energía desplazándose dentro y fuera del cuerpo: la estela que deja al trasladarse muy rápido, la fuerza contenida cuando debe ir muy lento, la calidad del movimiento que puede ser fuerte y contenida, o fuerte y vigorosa, o suave y ligera, o suave y pesada, o cualquiera de éstas más otras múltiples combinaciones, pero siempre desde el cuerpo.

Hacer danza en las calles, en los cafés, trabajar una danza sin tema o sin música, montar una obra basada en un mito griego o hacer una pieza donde los intérpretes caminen y hablen cotidianamente, sin comportarse como “bailarines virtuosos”, son todas formas que ya se han explorado.

Porque, como decíamos, la danza contemporánea permite acometerse en cualquier espacio: un escenario formal, una cancha de básquet, un café, una biblioteca. Lo único realmente importante es cómo esta materia viva ―el cuerpo― se desplaza en ese espacio y lo utiliza para construir lo que busca. Usar el espacio significa conocer sus potenciales y explotarlo para construir esa abstracción (idea, sensación o deseo) de la que hablamos antes. Hay danza que tiene una estructura de espacio muy abierta: largos desplazamientos de un punto a otro, entradas y salidas de los bailarines, elaboraciones o trazos complejos: triángulos, círculos, diagonales cruzadas; hay danza que prefiere un espacio muy cerrado, que se restringe a unos cuantos metros, a una silla, a un sillón, a un elevador... Entonces la complejidad radica en sacarle provecho al espacio escogido, en utilizar la
restricción del espacio como un factor de construcción de la danza. Ver, por ejemplo, para dónde se mueven los bailarines o qué dibujos trazan en el escenario.

Con tema o sin él, con narrativa o sin ella, la danza no contará las cosas de manera literaria o cinematográfica. Hablará desde el cuerpo y sus recursos, con sus propios códigos ―a veces, incluso, muy alejados de otros que nos son más cercanos, como los del cine o el teatro.

Dicho esto, vayamos a ver danza y tratemos de entender lo que presenta el cuerpo del bailarín desde nuestro propio cuerpo. Quizás eso nos descubra otro nivel de entendimiento y, por qué no, otros universos de conocimiento.

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